«Carlos Marín-Blázquez pertenece a esa legión de hombres que cree que la sustancia de la vida y del mundo contiene prodigios tan reales como increíbles. Por eso su encomio de los sagrarios ordinarios pero luminosos donde la vida cobra sentido: la conversación amistosa, el silencio en compañía, la permanencia en lo significativo, la confianza por principio, la perseverancia fiable en los deberes, el rostro durmiente del hijo, la guarda en el corazón del tiempo vivido, el arraigo perdurable en las personas, la novedad hija solícita de lo viejo, el aprecio reformista de las instituciones, la custodia atenta de todo lo valioso. Y de ahí también su acerado celo crítico al percibir y padecer el ruinoso final que le sobreviene entre nosotros a todo lo que requiere el gesto pródigo de la atención». (Del prólogo de Higinio Marín).