El proceso sinodal que estamos viviendo nos ayuda a recuperar la eclesiología de comunión del Concilio Vaticano II. Estamos ante un proceso que necesita su tiempo. Si tomamos una mariposa que está saliendo del capullo y pretendemos acelerar su proceso dándole calor artificial, encontraremos una mariposa muerta. La mariposa necesita un tiempo para salir del capullo. La sinodalidad requiere también tiempo, porque la comunión, participación y misión deben contar con un elemento clave que exige su ritmo: la escucha. Y no podemos olvidarnos del discernimiento, una actitud indispensable para tomar las decisiones pertinentes, teniendo en cuenta siempre los signos y señales de nuestro mundo (FRANCISCO, 16 de octubre de 2024). Este libro viene para recordarnos que, en el espíritu de la sinodalidad, nos corresponde volver la mirada a Jesús. Hoy más que nunca, la tarea es romper la noche, desarmar la guerra, exorcizar la prolongada crisis y, en estado de misión, abrirle boquetes al Espíritu para que pueda entrar y fecundarlo todo. Entre los renglones de este tejido común evidenciamos que la historia se construye en el claroscuro de lo humano, en esa confrontación permanente entre fragilidad y gracia. La constatación más cierta es que caminar en sinodalidad supone conversión, y la inmersión en los distintos contextos y culturas exige renovación de las actitudes, adecuación de las formas, estructuras y estilos. Estamos urgidos de camino, de salida misionera, de pasión por vivir en lo cotidiano el vínculo, la relación, la amistad, el afecto que impulse a quererse, creerse y cuidarse. Estamos convocados a la utopía de lo fraterno, precisamente cuando la arcilla quebradiza de la humanidad es todo grieta.