La sociedad está en ebullición afectiva, se está produciendo un cambio antropológico de indudable calado, recomponiendo al ritmo de la técnica los conceptos de privacidad e intimidad; se privatizan los afectos, se secularizan los vínculos, se niega toda racionalidad a lo amoroso. En este contexto, las personas consagradas, aunque pretendan lo contrario, se ven conducidas o arrastradas por una realidad que las supera.
Hace pocas décadas, en los ámbitos formativos de la vida consagrada, lo afectivo se identificaba con lo inmaduro, lo caprichoso, lo irracional, lo subjetivo. Hoy ya no es así. Pese a ello, muchos sienten aún una cierta incomodidad ante la relativa volatilidad que evoca todo aquello que se basa en la subjetividad y la afectividad. Precisamente aquí radica la pertinencia de reflexionar sobre este tema con realismo y seriedad.