El mensaje que ha dejado Ascensión Sánchez después de su vida, corta y aparentemente insignificante, conserva su relevancia hasta el día de hoy y, tal vez, tras tantos años después de su muerte, recobra aún mayor importancia en el escenario espiritual de la Iglesia y del mundo en el que vivimos. Precisamente ahora, cuando el Santo Padre firma el decreto por el que la Iglesia reconoce sus virtudes heroicas, podemos confirmar que su manera de vivir la santidad, de forma sencilla, expresada en el deseo de aprovechar toda ocasión para su perfección, constituye un claro ejemplo de lo que hoy en día propone la Iglesia a sus hijos: santificarse en medio del mundo, en circunstancias cotidianas, cumpliendo las obligaciones de su estado y de su trabajo diario. La virtud de Ascensión es admirable e imitable. Vivió unas situaciones como las que la mayoría de nosotros podemos vivir, con una vida sencilla, marcada por momentos favorables, pero también adversos y duros.