Aunque el fenómeno migratorio conlleva problemáticas complejas, también es una ocasión para ensanchar nuestros horizontes y dilatar el corazón, invitándonos a ser enriquecidos por la diversidad del otro. El papa Francisco destacó que el drama de los migrantes plantea una encrucijada de civilización: elegir entre la cultura de la humanidad y de la fraternidad o la cultura de la indiferencia. Se trata de dar carne a la fraternidad universal, un sueño de Dios que la Iglesia promueve. La respuesta de la Iglesia se resume en cuatro verbos clave: acoger, proteger, promover e integrar. Este número profundiza en la raíz bíblica del tema, donde el forastero ocupa un lugar central y debe ser tratado como «hermano» o «hermana». El mandamiento de amar al extranjero se sitúa en el corazón de la Torá. Además, Jesús mismo se identifica con el forastero («Era extranjero y me acogisteis»). A través de la parábola del Buen Samaritano, Luigino Bruni reflexiona que el «prójimo no es el cercano»; nos hacemos prójimos al escoger el cuidado de la víctima, superando las cercanías geográficas o étnicas. A lo largo de sus páginas, Ekklesia ofrece ejemplos del papel promotor de las comunidades, desde el Centro de estudiantes Giorgio La Pira en Florencia, la revitalización de parroquias urbanas por la presencia migrante, el trabajo pastoral con los Rom en Hungría, y el testimonio de un párroco en un campo de refugiados en el Congo, hasta la experiencia de Mamen y de David, que desempeñan su labor en centros de acogida para migrantes en Valencia y Sevilla respectivamente. En definitiva, este número nos invita a reconocer que todos estamos llamados a «migrar» a diario: del yo al tú y al nosotros, caminando juntos como «peregrinos de la esperanza» hacia la Patria celestial.